domingo, 28 de junio de 2015

PODEROSO SE ALZA EN MY - Parte 2


Acto de Poder de Ahk Phypro, Maestro Iniciado del Numinoso Círculo Atlante

3. El primer signatario.

            Descendemos. Nuestros pasos reverberan y sus ecos se multiplican creando una sonoridad abisal. Las ondas se elongan, se dividen y se mezclan, y lo que parecen ser sonidos amortiguados de gotas o burbujas moviéndose por un espacio denso y deshaciéndose contra superficies inciertas en nuevas formas, respiraciones profundas y entrecortadas, toses nerviosas, torpes articulaciones y susurros, se confunden en un magma audible y táctil al mismo tiempo. Creía estar caminando por una pendiente hasta hace un rato, y sin embargo mi mente racional se encuentra tan abrumada que ha dejado de pensar en términos causales, y cualquier lógica temporal ha dejado de tener un sentido familiar. Me siento torpe en este espacio de densidad acuática, toco las paredes de lo que creía un corredor a fin de sentir la seguridad de algo sólido que me permita guiarme para avanzar en la oscuridad, pero su tacto, aunque firme, es oleoso, y cálido, y no me sirve como referencia, ni siquiera tengo claro qué es arriba o abajo, tengo que prestar atención a la forma en como percibo las respuestas de mi cuerpo y este entorno a los movimientos que creo estar efectuando. Y el olor, es dulce, intenso y sutil, diría que embriagador si no fuera porque siento las vías respiratorias más despejadas que nunca, hasta el punto que respirar me causa verdadero placer.
            Este olor es lo único que soy capaz de percibir ahora, el resto de mis sentidos están amortiguados, hasta la sensación de tener entrañas está desapareciendo. Conforme mi pecho se llena al respirar, la percepción de los músculos de mi espalda, de mis pulmones hinchándose y contrayéndose se hace cada vez más débil y desaparece. Es ausencia de peso y dolor, la falta de una vejiga y de unos intestinos siempre calientes, una falta de presión en las sienes y en la nuca. He dejado de escuchar latidos en el interior de mi cráneo.
            Abro los ojos y estoy aquí de nuevo, sentado con las piernas cruzadas, y empiezo a estar ciertamente sorprendido. Recuerdo haber leído en un libro de Burroughs algo sobre un artefacto que anula los sentidos: sumergido en una piscina de líquido a la temperatura exacta del cuerpo, en un silencio y oscuridad absolutos. Mi mente divaga en imágenes y recuerdos deshilachados que se deforman y se confunden: consuelo a mi padre que llora, la piedad me inunda mientras acaricio la cabeza de mi abuelo que agoniza temblando de miedo, doy puñetazos de rabia en la pared, me masturbo borracho, con la cabeza clavada en el borde de la terraza, mirando conmovido el púrpura de la noche, le hago el amor en una cama deshecha en Luxor, me mira y sus facciones se suavizan mientras llora de felicidad, corto ajo y estoy agradecido, contengo la respiración dentro del armario esperando a mi hermana para darle un susto, pego peces azules de charol sobre una cartulina al lado de un niño rubio, le gusta que esté aquí y a mí también, trato de moverme sin saber si sigo vivo tras la caída, esta mezcla de miedo y curiosidad es estimulante, no quiero escuchar sus voces de aliento y su admiración mientras escalo la pared, canto para que me escuche cuando entra y se pone detrás de mí, sé que está llorando de emoción y siento su tristeza mezclarse con la mía, miro hacia bajo encaramado en la roca, con el pecho al aire y el pelo al viento me siento seguro y poderoso, aprieto los dientes, deja a estos perros en paz, me levanto, voy a matarte, sumerjo mis brazos hormigueantes, dormidos, en la palangana antes del último día de selectividad, se lo digo y me doy cuenta de su dolor como un puñal que le arranco del pecho, recupero el aliento, tranquilo, tranquilo, se ha ido y sólo me queda el susurro del viento en las hojas de los álamos, esta tarde que se enfría y el sol, el sol que se marcha derramando zumo de naranja sobre el horizonte, el sol que nace entre las montañas que enmarcan este lago infinito que me arrasa los ojos, camino por el desierto con mis compañeros al lado de la caravana, los camellos bufando, Lengua de Carpa tiene una mirada pétrea, ¿qué ocurre?


Se levanta, mira con desapego y eso me asusta. Le tiendo lo mano, aparta la mirada de mis ojos y continua caminando y eso me parte. Ahora me arrastro solo entre la arena y el sol que me abrasa la piel, mi cabeza asfixiada dentro de un turbante, la barba llena de un sudor aceitoso y granos de arena entre mis dientes, exhausto, sin fuerzas para seguir y lleno de un terror rabioso que no me deja entregarme al abandono, la carne de mi garganta inflamada y reseca, desafiando a la luz bocarriba, juego con sus facetas en estas pupilas secas, bebiendo las briznas del aire, reptando a puñadas sobre esta nada inundada de mis emociones, grumos de arena y saliva y sudor que son tan míos como ajenos.

4. ¡Alzaos, oh, Puertas Eternas!

            No voy a abrir los ojos, estoy ahí donde sólo suena un disco estúpido, pero no voy a abrir los ojos y voy a sostener la mirada de esta ira que se contorsiona voluptuosa y salvaje ante mí. Aunque lo mismo de estar ahí que aquí. Sólo es preciso producir la fuerza suficiente contra la materia y dejar que tus músculos encuentren su propia tensión durante cada movimiento. Dejar que la emoción crezca con violencia y estalle, y entonces recordar y elaborar. Encuentras tu sitio en medio del fuego, las emociones que te inflaman y te colman, los pensamientos que te atormentan y te seducen se combinan y alimentan el fuego que te mueve para seguir vivo.
            Escucho la voz de Lengua de Carpa azuzando a los movedores. Todo tiembla alrededor, la arena se desprende de la arena, las columnas se resquebrajan en medio de nubes de polvo, las montañas estallan y las cenizas son engullidas por los ríos y lunas y soles se suceden en el cielo en un vértigo sin fin.
            También tiembla mi carne al caminar, y caen mis ropas. Caen al suelo mis emociones una vez sentidas, como costras de heridas que se abren cual bocas hambrientas en el cuerpo que las alimenta con el fruto de los pensamientos. Caen a su vez los pensamientos como pellejos de uva una vez su jugo se destila sobre el odre inmenso de la imaginación. Caen y son tan míos como la arena sobre la que se derraman.


            Escucho a Gamaheo conjurando Zomiel sobre el inconmensurable Do que Trarames mantiene. Escucho a Bar-Gal alimentar la nota madre con vibraciones eléctricas. Camino sobre este erial de belleza infinita en el que lo sagrado y lo profano se entrelazan como las aguas durante el reflujo de pleamar, como el viento cambia las formas y las formas al viento. Contemplo una y otra vez los equilibrios alcanzando su cenit en el momento de máxima tensión, en el que la nota se mantiene resonando pura, para romperse al instante antes de emerger nuevamente.
            ¿Quién soy sentado esta noche entre paredes de hormigón? ¿Quién soy ajeno al tiempo perdido en un centro que no para de girar en todas direcciones? Soy un manojo de material vivo, que rebosa de sensaciones, soy percepciones que se inscriben como algo hermoso, nuevo y cambiante en alguna parte de mí que llamo conciencia. Puedo recordar que solía percibir una identidad contenida de algún modo en esta carne sobre la que me sustento. Pero ahora esta carne me resulta tan mía como este desierto en llamas, esta música que hace que todo resuene, el viento, la luz, cada duna, cada ruina en este vasto espacio que se derrumba y este pequeño espacio ordenado y pulcro, en que algo que llamo identidad me indica que me hallo sentado, respirando con los ojos cerrados y la espalda recta, escuchando una música poderosa y sublime que también es un disco estúpido. Puedo recordar innumerables escenas vividas y que ellas solían definir quién creo ser, pero me falta la certeza que solía acompañarme de su realidad, de modo que quién soy es tan indeterminado como inestables los pensamientos que tratan de fijar estos flujos que se deforman. La única certeza que soy capaz de sentir sin reserva es que yo camino, y que sin importar dónde mire, en el horizonte veo alzarse al amanecer las Puertas Eternas.

5. El secreto de las Sendas.

            Agazapado sobre mis piernas al pie de las Puertas bostezo y estiro mis músculos repletos. Tengo hambre. Me deleito con los olores que me manchan la nariz, arrugo las facciones y me lamo los brazos.  Levanto las orejas y escucho. Estiro un brazo, unas uñas grises asoman lentamente de mis dedos cubiertos de pelo. Esta fuerza, este pulso vivaz me anima todo el cuerpo, salvo en sueños nunca había reparado en el placer que se siente simplemente al notar el diafragma y los músculos del pecho empujando las costillas y el esternón en cada inhalación.
            Tengo que ponerme en marcha. Huelo rastros de sangre por todas partes, sólo he de localizar el extremo de uno que pueda cazar, y querer hacerlo, pero no puedo decidirme porque es sorprendente sentirse así de vivo y en tensión, y me gusta recrearme en ello.
            De repente me asaltan las ganas de fumar. Cuando ocurre durante una alteración, usualmente supone que voy a pelear mentalmente con ellas a sabiendas de que voy a perder. Ahora la música es nada más que un disco compacto que gira en el reproductor, se acabó el hechizo. Me maldigo y ese conocido impulso autodestructivo me invade. Como siempre, intento tomar consciencia de mí mismo, del parloteo incesante que me acusa, del hambre omnipresente, el sentimiento de impotencia, el hartazgo de mi debilidad, miedo. El sueño repetido en el que soy un cazador y la conciencia de que sólo soy un hombre.

            Entonces salto, las extremidades estirándose y doblándose hacia atrás a una velocidad vertiginosa, el pulso de la sangre en la carne compacta recubierta de una piel gruesa, empujando el suelo de la ciudad que se va desvaneciendo tras de mí. Esto es Qlippoth, lo que queda cuando pasas y ni siquiera el recuerdo permanece. Tan solo adrenalina sosteniendo el siguiente paso que dar, el fuego que da forma al presente perfecto que se sucede vertiginosamente a sí mismo. El acto de estirar el cuello hacia delante, con el ceño y la mandíbula siempre en tensión, la lengua fuera echando babas, la nariz en la punta del hocico palpando cada olor. Sorteando a la gente lanzando dentelladas, porque puedo, arranco con movimientos dotados de una fuerza y una precisión inverosímil los postes como árboles sin hojas coronados por una luz psicotrópica. Esta furia es la fuerza que me permite seguir corriendo, la agresividad con que procedo estratégicamente a elegir, aceptando severamente la consecuencia de cada movimiento. Huele a sangre, a miedo y a determinación, y elijo perseguir este rastro. Esto es lo que soy, estas son las Sendas que recorro.

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