Acto de Poder de Ahk Phypro, Maestro Iniciado del Numinoso Círculo Atlante
3. El
primer signatario.
Descendemos.
Nuestros pasos reverberan y sus ecos se multiplican creando una sonoridad
abisal. Las ondas se elongan, se dividen y se mezclan, y lo que parecen ser
sonidos amortiguados de gotas o burbujas moviéndose por un espacio denso y
deshaciéndose contra superficies inciertas en nuevas formas, respiraciones
profundas y entrecortadas, toses nerviosas, torpes articulaciones y susurros,
se confunden en un magma audible y táctil al mismo tiempo. Creía estar
caminando por una pendiente hasta hace un rato, y sin embargo mi mente racional
se encuentra tan abrumada que ha dejado de pensar en términos causales, y
cualquier lógica temporal ha dejado de tener un sentido familiar. Me siento
torpe en este espacio de densidad acuática, toco las paredes de lo que creía un
corredor a fin de sentir la seguridad de algo sólido que me permita guiarme
para avanzar en la oscuridad, pero su tacto, aunque firme, es oleoso, y cálido,
y no me sirve como referencia, ni siquiera tengo claro qué es arriba o abajo,
tengo que prestar atención a la forma en como percibo las respuestas de mi
cuerpo y este entorno a los movimientos que creo estar efectuando. Y el olor,
es dulce, intenso y sutil, diría que embriagador si no fuera porque siento las
vías respiratorias más despejadas que nunca, hasta el punto que respirar me
causa verdadero placer.
Este olor es lo único que soy capaz
de percibir ahora, el resto de mis sentidos están amortiguados, hasta la
sensación de tener entrañas está desapareciendo. Conforme mi pecho se llena al
respirar, la percepción de los músculos de mi espalda, de mis pulmones
hinchándose y contrayéndose se hace cada vez más débil y desaparece. Es
ausencia de peso y dolor, la falta de una vejiga y de unos intestinos siempre
calientes, una falta de presión en las sienes y en la nuca. He dejado de
escuchar latidos en el interior de mi cráneo.
Abro los ojos y estoy aquí de nuevo,
sentado con las piernas cruzadas, y empiezo a estar ciertamente sorprendido.
Recuerdo haber leído en un libro de Burroughs algo sobre un artefacto que anula
los sentidos: sumergido en una piscina de líquido a la temperatura exacta del
cuerpo, en un silencio y oscuridad absolutos. Mi mente divaga en imágenes y
recuerdos deshilachados que se deforman y se confunden: consuelo a mi padre que
llora, la piedad me inunda mientras acaricio la cabeza de mi abuelo que agoniza
temblando de miedo, doy puñetazos de rabia en la pared, me masturbo borracho,
con la cabeza clavada en el borde de la terraza, mirando conmovido el púrpura de
la noche, le hago el amor en una cama deshecha en Luxor, me mira y sus
facciones se suavizan mientras llora de felicidad, corto ajo y estoy
agradecido, contengo la respiración dentro del armario esperando a mi hermana
para darle un susto, pego peces azules de charol sobre una cartulina al lado de
un niño rubio, le gusta que esté aquí y a mí también, trato de moverme sin
saber si sigo vivo tras la caída, esta mezcla de miedo y curiosidad es
estimulante, no quiero escuchar sus voces de aliento y su admiración mientras
escalo la pared, canto para que me escuche cuando entra y se pone detrás de mí,
sé que está llorando de emoción y siento su tristeza mezclarse con la mía, miro
hacia bajo encaramado en la roca, con el pecho al aire y el pelo al viento me
siento seguro y poderoso, aprieto los dientes, deja a estos perros en paz, me
levanto, voy a matarte, sumerjo mis brazos hormigueantes, dormidos, en la
palangana antes del último día de selectividad, se lo digo y me doy cuenta de
su dolor como un puñal que le arranco del pecho, recupero el aliento,
tranquilo, tranquilo, se ha ido y sólo me queda el susurro del viento en las
hojas de los álamos, esta tarde que se enfría y el sol, el sol que se marcha
derramando zumo de naranja sobre el horizonte, el sol que nace entre las
montañas que enmarcan este lago infinito que me arrasa los ojos, camino por el
desierto con mis compañeros al lado de la caravana, los camellos bufando,
Lengua de Carpa tiene una mirada pétrea, ¿qué ocurre?
Se levanta,
mira con desapego y eso me asusta. Le tiendo lo mano, aparta la mirada de mis
ojos y continua caminando y eso me parte. Ahora me arrastro solo entre la arena
y el sol que me abrasa la piel, mi cabeza asfixiada dentro de un turbante, la
barba llena de un sudor aceitoso y granos de arena entre mis dientes, exhausto,
sin fuerzas para seguir y lleno de un terror rabioso que no me deja entregarme
al abandono, la carne de mi garganta inflamada y reseca, desafiando a la luz
bocarriba, juego con sus facetas en estas pupilas secas, bebiendo las briznas
del aire, reptando a puñadas sobre esta nada inundada de mis emociones, grumos
de arena y saliva y sudor que son tan míos como ajenos.
4.
¡Alzaos, oh, Puertas Eternas!
No
voy a abrir los ojos, estoy ahí donde sólo suena un disco estúpido, pero no voy
a abrir los ojos y voy a sostener la mirada de esta ira que se contorsiona
voluptuosa y salvaje ante mí. Aunque lo mismo de estar ahí que aquí. Sólo es
preciso producir la fuerza suficiente contra la materia y dejar que tus
músculos encuentren su propia tensión durante cada movimiento. Dejar que la
emoción crezca con violencia y estalle, y entonces recordar y elaborar.
Encuentras tu sitio en medio del fuego, las emociones que te inflaman y te
colman, los pensamientos que te atormentan y te seducen se combinan y alimentan
el fuego que te mueve para seguir vivo.
Escucho la voz de Lengua de Carpa
azuzando a los movedores. Todo tiembla alrededor, la arena se desprende
de la arena, las columnas se resquebrajan en medio de nubes de polvo, las
montañas estallan y las cenizas son engullidas por los ríos y lunas y soles se
suceden en el cielo en un vértigo sin fin.
También tiembla mi carne al caminar,
y caen mis ropas. Caen al suelo mis emociones una vez sentidas, como costras de
heridas que se abren cual bocas hambrientas en el cuerpo que las alimenta con
el fruto de los pensamientos. Caen a su vez los pensamientos como pellejos de
uva una vez su jugo se destila sobre el odre inmenso de la imaginación. Caen y
son tan míos como la arena sobre la que se derraman.
Escucho a Gamaheo conjurando Zomiel
sobre el inconmensurable Do que Trarames mantiene. Escucho a Bar-Gal
alimentar la nota madre con vibraciones eléctricas. Camino sobre este erial de
belleza infinita en el que lo sagrado y lo profano se entrelazan como las aguas
durante el reflujo de pleamar, como el viento cambia las formas y las formas al
viento. Contemplo una y otra vez los equilibrios alcanzando su cenit en el
momento de máxima tensión, en el que la nota se mantiene resonando pura, para
romperse al instante antes de emerger nuevamente.
¿Quién soy sentado esta noche entre
paredes de hormigón? ¿Quién soy ajeno al tiempo perdido en un centro que no
para de girar en todas direcciones? Soy un manojo de material vivo, que rebosa
de sensaciones, soy percepciones que se inscriben como algo hermoso, nuevo y
cambiante en alguna parte de mí que llamo conciencia. Puedo recordar que solía
percibir una identidad contenida de algún modo en esta carne sobre la que me
sustento. Pero ahora esta carne me resulta tan mía como este desierto en
llamas, esta música que hace que todo resuene, el viento, la luz, cada
duna, cada ruina en este vasto espacio que se derrumba y este pequeño espacio
ordenado y pulcro, en que algo que llamo identidad me indica que me
hallo sentado, respirando con los ojos cerrados y la espalda recta, escuchando
una música poderosa y sublime que también es un disco estúpido. Puedo recordar
innumerables escenas vividas y que ellas solían definir quién creo ser, pero me
falta la certeza que solía acompañarme de su realidad, de modo que quién
soy es tan indeterminado como inestables los pensamientos que tratan de
fijar estos flujos que se deforman. La única certeza que soy capaz de sentir
sin reserva es que yo camino, y que sin importar dónde mire, en el
horizonte veo alzarse al amanecer las Puertas Eternas.
5. El
secreto de las Sendas.
Agazapado
sobre mis piernas al pie de las Puertas bostezo y estiro mis músculos repletos.
Tengo hambre. Me deleito con los olores que me manchan la nariz, arrugo las facciones
y me lamo los brazos. Levanto las orejas
y escucho. Estiro un brazo, unas uñas grises asoman lentamente de mis dedos
cubiertos de pelo. Esta fuerza, este pulso vivaz me anima todo el cuerpo, salvo
en sueños nunca había reparado en el placer que se siente simplemente al notar
el diafragma y los músculos del pecho empujando las costillas y el esternón en
cada inhalación.
Tengo que ponerme en marcha. Huelo
rastros de sangre por todas partes, sólo he de localizar el extremo de uno que
pueda cazar, y querer hacerlo, pero no puedo decidirme porque es sorprendente
sentirse así de vivo y en tensión, y me gusta recrearme en ello.
De repente me asaltan las ganas de
fumar. Cuando ocurre durante una alteración, usualmente supone que voy a pelear
mentalmente con ellas a sabiendas de que voy a perder. Ahora la música es nada
más que un disco compacto que gira en el reproductor, se acabó el hechizo. Me
maldigo y ese conocido impulso autodestructivo me invade. Como siempre, intento
tomar consciencia de mí mismo, del parloteo incesante que me acusa, del hambre
omnipresente, el sentimiento de impotencia, el hartazgo de mi debilidad, miedo.
El sueño repetido en el que soy un cazador y la conciencia de que sólo soy un
hombre.
Entonces salto, las extremidades
estirándose y doblándose hacia atrás a una velocidad vertiginosa, el pulso de
la sangre en la carne compacta recubierta de una piel gruesa, empujando el
suelo de la ciudad que se va desvaneciendo tras de mí. Esto es Qlippoth,
lo que queda cuando pasas y ni siquiera el recuerdo permanece. Tan solo
adrenalina sosteniendo el siguiente paso que dar, el fuego que da forma al
presente perfecto que se sucede vertiginosamente a sí mismo. El acto de estirar
el cuello hacia delante, con el ceño y la mandíbula siempre en tensión, la
lengua fuera echando babas, la nariz en la punta del hocico palpando cada olor.
Sorteando a la gente lanzando dentelladas, porque puedo, arranco con
movimientos dotados de una fuerza y una precisión inverosímil los postes como
árboles sin hojas coronados por una luz psicotrópica. Esta furia es la fuerza
que me permite seguir corriendo, la agresividad con que procedo estratégicamente
a elegir, aceptando severamente la consecuencia de cada movimiento. Huele a
sangre, a miedo y a determinación, y elijo perseguir este rastro. Esto es lo
que soy, estas son las Sendas que recorro.